13 horas en Viena, 3 noches en Oslo y 7 semanas en París
No se dejaron ver anoche las
estrellas sobre el cielo de nuestra azotea. Puede que mañana tampoco aparezcan;
pero hoy están aquí, al otro lado del mar de oscuridad, y parece que hayan
salido a saludar.
Lena está recostada contra el
pecho de Kenny, esbozando con los dedos manchados de carbón un dibujo que él
contempla con verdadera devoción mientras apoya la cabeza en el hueco de su
cuello. Hay una mancha azul en el mentón de él, un recuerdo que trae a la
memoria las risas y los murmullos confidentes de esta tarde.
De vez en cuando se atreve a
apartarle un mechón de cabello cobrizo del rostro, y entre trazo y trazo acerca
los labios a su oído para susurrarle un secreto que es solo de los dos.
Están cerca de nosotros, pero
parecen perdidos en alguna de las estrellas que nos observan.